En el extremo opuesto al de la parroquia de San Mateo, justo en la pequeña explanada inicio de la calle de Moriles y de la dedicada al Padre Manjón, y dando nombre a la vía pública que preside, se encuentra la ermita del Santo Cristo de la Vera Cruz, sencilla iglesia cuya antigüedad parece remontarse a finales del siglo XVI, si bien su reedificación en 1923 y las posteriores restauraciones de que ha sido objeto le confieren un aspecto mucho más moderno.

De planta rectangular, con unos veintidós metros de largo por diez de ancho, su fachada presenta una sencilla portada con arco de medio punto; estando coronada por una vistosa espadaña de ladrillo rojizo, dividida en dos cuerpos y con otros tantos huecos en cada uno. En su interior, el templo se compone de una única nave con bóveda rebajada sin ningún tipo de ornamentación ni artesonado, entrándose a través de la portada antes mencionada y después de cruzar un pequeño cancel sobre cuyo techo se sostiene el habitáculo del coro.

Al fondo de la nave, y ocupando todo lo ancho de ella, se sitúa el presbiterio, presidido por un retablo de estilo neoclásico, realizado en madera y con unos ligeros sobredorados por obradores valencianos pocos años después de la reedificación de la iglesia; en cuya parte central se abren tres grandes hornacinas donde se alojan sendas imágenes representativas del Calvario. La de en medio, algo mayor que las otras y la única que presenta una cierta decoración policroma, aparece flanqueada por dos columnas estriadas que sirven de apoyo a un frontón recto, sobre cuyo vértice superior emerge un adorno en forma de resplandor celestial con tres cabezas de querubines rodeando el trigrama del nombre de Jesucristo. En esta hornacina se venera al titular de la ermita, el Santísimo Cristo de la Vera Cruz, antigua talla de madera, al parecer de finales del siglo XVI, de autor desconocido y restaurada en 1993 por el imaginero cordobés Miguel Arjona Navarro, quien con motivo de dicha intervención labró también la cruz donde hoy día se sostiene, respetando acertadamente la misma forma plana que la primitiva. La figura, de tamaño algo menor que el natural, nos presenta a un Cristo que acaba de expirar, con el rictus mortis aún reflejado en el rostro, la cabeza ligeramente caída hacia su derecha, la boca entreabierta y la mirada perdida tras entregar el último hálito de vida después de pronunciar el desgarrador grito encomendándose al Padre. Lleva la corona tallada formada por dos ramas trenzadas moteadas de agudas espinas, tres potencias sobresaliendo de su cabeza y un reducido perizoma ceñido a los muslos y anudado a su izquierda con el sobrante extendido en paralelo con la cadera, características propias de los crucificados de época renacentista. De profundo arraigo popular, siempre fue la venerada imagen a la que los lugareños acudieron para pedir por sus enfermos, para paliar las epidemias, la que se sacó en rogativas por las lluvias y como remedio de otras calamidades. Completan el resto del grupo las imágenes de vestir de la Virgen de los Dolores, en la hornacina de la izquierda, y la de San Juan Evangelista, en la de la derecha, obras del artista local Antonio Reyes Pérez realizadas en la década de los cuarenta de la pasada centuria.

En una urna empotrada debajo del altar mayor, todavía se conserva la efigie bastante deteriorada en cartón piedra de un Cristo muerto con los brazos articulados, de la primera mitad del siglo XVII, que, además de procesionarse dentro de la caja sepulcral, era utilizado antiguamente para hacer la representación del Descendimiento. Sin embargo, el Yacente y el sepulcro que en la actualidad se procesionan, ubicados junto a la pared derecha del presbiterio, datan de 1958 y sus caracteres responden a la producción seriada de dicho período.

Otras seis hornacinas de similares dimensiones que las de los lados del retablo mayor se distribuyen equitativamente en los muros laterales, albergando en su interior otras tantas esculturas. En la pared de la izquierda entrando, pueden observarse: en el primer hueco, un figura nueva de María Auxiliadora con el Niño; en el del centro, una imagen de serie de Nuestro Padre Jesús Preso de 1956; y en el siguiente una gran talla sedente de madera algo deteriorada del Sagrado Corazón de Jesús, realizada en 1883 por el escultor Rafael Hernández y Rueda.

Por su parte, en la pared opuesta se sitúan: en primer lugar, una figura reciente de escayola de Santa Gema; a continuación, una pequeña efigie también en escayola del Corazón de María, de 1886; y en la tercera hornacina, un bello grupo itinerante con las representaciones en madera de San José y el Niño Jesús, obra también de Antonio Reyes realizada en 1942.

Por último, también merece mención un interesante altorrelieve policromado con la representación de Jesucristo orando en el Huerto de los Olivos, que se encuentra sobre el arco central del coro dando vista al interior, y que parece fecharse en el siglo XVI. Bastantes más modernos son los catorce pequeños cuadros que, con las estampas de las estaciones del Vía Crucis, cuelgan en el centro del muro de la izquierda rodeando la antigua cruz de la imagen del Santísimo Cristo.

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